Unas gafas, una bata, una corbata... cualquiera podría pensar que éstas son las características indispensables para poder escribir una redacción técnica. Y no, al igual que unas buenas zapatillas ni hacen bueno a un atleta ni consiguen ganar una buena carrera (sea técnica o no) sin una gran dosis de esfuerzo y entrenamiento; unas gafas, el sonido de un matraz burbujeante y una bata ni hacen bueno al escritor técnico ni consiguen que su redacción sea más fluida.
Eso sí, cualquiera puede conseguir escribir una buena redacción técnica sin necesidad de emplearse tan a fondo como un atleta de fondo. Claro, a no ser que, además de correr, nuestro esforzado protagonista se dedique a escribir, por ejemplo, sobre los ingredientes (y las proporciones) que contiene un texto técnico (para cansarse el doble).
Qué es un texto técnico
Cualquier texto en el que debamos expresar o hablar sobre ciertos conocimientos (provengan del campo del que provengan).
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Los 6 puntos de un escritor técnico: exactitud, claridad, orden, objetividad, sencillez y naturalidad, documentación.[/caption]
a) Exactitud. Éste es el primer ingrediente, la base sobre la que se sustenta todo texto técnico. De hecho, es lo primero que desayunan todos los redactores técnicos del mundo: exactamente, un vaso exacto de exactitud. Así, luego podremos comunicar nuestros conocimientos de la forma más adecuada, de modo que la expresión escrita contenga todo lo que queremos transmitir. Pero aún hay más, la exactitud logra que consigamos una perfecta adecuación o ajuste entre los contenidos mentales o conocimientos y la exposición.
b) Claridad. Junto al vaso de exactitud, todo redactor técnico toma un par de cucharadas de claridad, para que unidas, consigan que el lector no se confunda ni de noche.
c) Orden. Es el tercer ingrediente (en aparición e importancia) y nos ayuda no sólo a encontrar lo que queremos en nuestros cajones, sino a exponer según un espacio, un tiempo o unas jerarquías lógicas (por ejemplo, procediendo de lo general a lo particular, o viceversa).
d) Objetividad. Todo escritor técnico debe acordarse de tener objetividad en la nevera. No sólo para que esté fresca, sino porque muchas veces —estoy pensando ahora mismo en un texto científico, aunque no necesariamente— no podemos o no debemos opinar, sino simplemente explicar, exponer, o transmitir una materia.
e) Sencillez y naturalidad. Dos buenos ingredientes, sencillos y naturales (casi biológicos), que tampoco deben faltar en toda redacción técnica. Con todo, lo sencillo y natural no es sinónimo de burdo o pobre. Según los manuales, no sólo no debemos aparentar erudición y petulancia, sino que ni siquiera hemos de dar referencias de tipo personal. No obstante, hay que saber distinguir, pues todo texto debe estar debidamente enriquecido con sencillez y naturalidad. Es decir, en carrera, hay que saber salvar la valla de las frases hechas, la de los verbos comodines y comodones, la de las expresiones manidas, etcétera. ¿Queréis un buen ejemplo? ¡Saltemos al ingrediente siguiente!
d) Documentación. Este ingrediente ya no se puede comer, a no ser que seas una polilla de los libros. Habrás de leer, si puedes, libros buenos. Esto último puede parecer obvio, pero la realidad es que casi todo el mundo obvia el principio de «Apoyarse en hombros de gigantes» o «Pasear al lado de los mejores». Siempre los mejores nos ayudarán a mejorar, azotarán nuestra imaginación, elevarán nuestros mínimos y conseguirán que avancemos hasta nuestra meta. Y sus consejos serán mejores.
Sobre el estilo en la redacción técnica, podemos tomar el ejemplo de Álex Grijelmo, en
Gramática descomplicada, un libro en el que con palabras sencillas y naturales nos enseña de un modo muy ameno (incluso con referencias personales) cómo funciona nuestro idioma.